lunes, 2 de agosto de 2010

Joe Arpaio, sheriff en Maricopa (Arizona): "Estoy muy contento cuando detenemos a gente indocumentada"

Villano y héroe. Temido por los hispanos. Y adorado por los seguidores del Tea Party, los conservadores radicales que creen que la idiosincrasia de un país fundado por inmigrantes peligra por “la invasión” de los del sur.

Así se ve a Joe Arpaio, quien se define como “el sheriff más duro de Estados Unidos”. El responsable de la policía del condado de Maricopa –el más importante de Arizona, ya que abarca el área metropolitana de Phoenix– lamenta que el presidente Obama no le haya llamado para solucionar “el gran conflicto fronterizo y la entrada de ilegales”. De esta cuestión ha hecho el motor de su vida, en especial si en la piel llevan escrito su origen. Las estadísticas de sus detenciones lo certifican.

A la Casa Blanca sí que acudió la gobernadora Jan Brewer. Ella firmó en abril la ley SB1070, descabezada la semana pasada por una juez, horas antes de su entrada en vigor, al paralizar los elementos más racistas. “No sé cuál es la experiencia de la gobernadora”, replica el sheriff en un tono que suena a desaprobación hacia la responsable estatal, de la que él depende. “Yo sí tengo la experiencia, 40 años, ¿por qué no me pregunta a mí el presidente?”.

–¿Qué le diría a Obama?

–Que tenemos un problema con México de corrupción y violencia. Hemos de educarlos para que sepan que si vienen serán arrestados. Y que hay otro obstáculo en el interior al no aplicarse las normas de que ya disponemos. Los federales o las policías locales no arrestan a la gente sin documentos, miran a otro lado.

AJoseph M. Arpaio, nacido en 1932 en Springfield (Massachusetts), le gusta rodearse de periodistas. Cuando hace redadas, y sale de cacería a por “trabajadores sin documentos”, acostumbra a invitar a los informadores. Esta tarde –el encuentro se produjo el pasado viernes, en la resaca por las manifestaciones de protesta del día anterior– parece satisfecho de mantener un cara a cara con uno de Barcelona. “Un lugar fantástico”, afirma. “¿Que si he estado? ¡Todo el mundo ha ido a Barcelona!”, exclama.

La conversación resulta accidentada. La cita se desarrolla ante una mesa instalada bajo un toldo, en el patio de acceso al presidio llamado Durango. El nombre oficial, sin embargo, ha quedado relegado por su apelativo de Tent City. Esto se debe a que el sheriff ha ampliado el recinto con carpas en las que los encerrados se cuecen a 40º o 45º. Justo después de la primera cuestión –“está usted en medio de la tormenta...”–se empiezan a oír gritos.

“Arpaio a la cárcel”.

–La tormenta está ahí, donde hay uno de los líderes de la desobediencia al que hoy mismo hemos dejado en libertad.

Señala hacia la valla de la entrada. Una decena de activistas, a los que detienen de inmediato por obstruir el paso a un edificio oficial, están de nuevo gritando lemas. El sheriff se levanta y va hacia la puerta. Salvador Reza, uno de los veteranos del movimiento Puente Arizona, está situado al otro lado de la calle. Parece evidente que no participa en la acción. Le detienen. Allí hay más periodistas y uno le pregunta si es verdad que “ofrecen un millón de dólares por su cabeza”. Lo mira con sorna. “¿Sólo un millón de dólares?”, responde. “Espero que al menos sean dos.Adiario recibo amenazas. ¿Voy a preocuparme por esto? No. Yo sigo con mi trabajo, no me asustan”.

De regreso a la mesa, incidimos en que él reitera a cada momento que la vida sigue igual pese a la resolución judicial –“no me preocupa esa decisión”–, por lo que parece que la SB1070 carezca de sentido. ¿Entonces, para qué tanto alboroto? “La principal razón –replica– es que hemos de acabar con las ciudades refugio, la mayoría de los ciudadanos nos dice que no quiere esto que sucede en la actualidad. La otra cuestión es que usted o yo, quien sea, puede demandar al Gobierno y preguntar por qué no se aplican las leyes en vigor”.

–¿En Washington han de hacer algo, mover ficha?

–Todos están culpando al Gobierno federal. Ellos y las policías deberíamos trabajar juntos, en los casos de robo colaboramos con el FBI, o en los de drogas con la DEA, siempre hay una relación con las agencias federales. ¿Por qué no se hace esto al aplicar las leyes de inmigración?

–¿Por qué?

–Porque los políticos no quieren enojar a la comunidad hispana, por sus votos.

Al sheriff no le cabe duda alguna de que él va por el buen caminos, aunque esa comunidad hispana, en su mayoría, sí que se muestran “enojados” por unas actuaciones que califican de racista. “Algunos lo proclaman, aunque lo único que hago es corregir un problema. No me preocupa, yo seguiré deteniéndolos”. Además, Arpaio está convencido de pleno de que “hay mucha más gente” que lo considera “un héroe” que los que dicen que es racista. Su afirmación la fundamente en algo inapelable, lleva cinco mandatos consecutivos y, en su momento, se presentará a un sexto “porque lo quiere la gente”.

(La conversación se interrumpe en más ocasiones mientras verifican las identidades de los desobedientes. Uno plantea problemas. “Twittéalo”, ordena).

Recuperada la charla, el sherif insiste en que no tiene nada en particular contra los hispanos. “Estuve destinado cuatro años en México, he vivido en Texas y ahora en Arizona”, argumenta para contrarrestar la acusación. Al recordarle que sus acciones coinciden siempre en un determinado tipo de personas, cuyo trabajo ha contribuido al crecimiento de Estados Unidos en general, y de Arizona en particular. Ciudadanos que desarrollan las tareas peor pagadas y más duras.

Arpaio mira a su interlocutor y guarda unos segundos de silencio. “Nuestra propia gente trabaja duro también. Estoy muy contento cuando voy a los negocios y detenemos a gente indocumentada. Dejamos sitio para ciudadanos americanos. ¡Tenemos un 10% de desempleo! Son ciudadanos que no tienen comida para sus hijos, que no pueden dar con un trabajo. ¿Por qué se los hemos de dejar a los ilegales?”

–Tal vez son los únicos que quieren hacer según qué cosas.

–Muchos ilegales han dejado Arizona estos últimos meses. No he visto ningún hotel o McDonald's que esté preocupado por los trabajadores. Contratan a gente de la high school, gente joven, y ningún problema. Todo el mundo está en los hoteles, limpiando casas, cuidando los jardines.

Se olvida de que aún son los indocumentados la fuerza laboral menos valorada. Pero insiste en que sus reflexiones no son racismo. Es consciente, sin embargo, de que la Administración Obama no está muy de acuerdo con su recetario. “Seguro que la Casa Blanca no me va a dar un premio y deberían. He hecho méritos, aunque no lo necesito”.

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